Corriendo por las calles del mundobuscaba un poco de paz y de consueloun trozo de silencio, una palabra buena.
Cayendo el techo de la noche encima de elloscon la lluvia fría por puerta al cieloni donde aposentar la cabeza en la almohada.
La casa era un infierno de ruido, de palabras groseras,de humo como natas colgando del techoy de botellas de alcohol flotando por doquier.
A dónde caminar, a dónde irse,con una amiga, una visita inoportuna,mendigar tranquilidad en un cobertizo que no es tuyo.
Las piernas de los tres tiritaban de frío,un poco la lluvia humedeciendo los tobillosotro poco el llanto interno goteando por los poros.
Eran más de tres, porque un fiel perro corríacon alegría, ladrando y jugueteando, al ladode ellos. Espejo de alegría, esperanza perdida.
Por fin, las once de la noche, los cuerpos cansadosy el peso de las obligaciones diarias que habíaque hacer cumplir a la mañana.
Entrar, husmear el quicio, asomarse con miedode que la ira o el escupitajo brutal fueran respuesta,ojos cansados. No se oye ruido. Las puertas del infiernose han callado.
Alfonso Franco Tiscareño
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