miércoles, 7 de noviembre de 2018

El concurso de ortografía V (último)

A diferencia de teóricos como Alice Miller, especialista en maltrato infantil y sus consecuencias, a la cual respeto y reconozco que le he aprendido mucho, sí creo en el perdón y en su poder liberador. Perdonar quiere decir soltar y se siente el efecto de soltar las amarras de cualquier situación que te encadene al odio, al rencor o al resentimiento. Y me atrevo a decir que perdono a mis padres por cualquier cosa que me hubieran hecho porque sé que fue de manera involuntaria y por no saber cómo hacerlo de otra forma. De hecho, creo que lo hicieron lo mejor que pudieron. Claro, con todas las contradicciones que ser humano implica, con todo lo que ocultaba mi padre, con todos sus secretos. Dentro de ese campo de limitaciones, él hizo lo mejor. Exacto, esa es la explicación, contradictoria en sí misma, paradójica: intentar hacer el bien aunque se sepa que se están haciendo algunas cosas mal.
Por tanto, me declaro partícipe del camino del perdón total y absoluto, no a ciegas, sino razonado, analítico, que por lo mismo llega a ser todavía más verdadero e intenso porque no es forzado ni falso. De esta manera crezco, porque me doy cuenta de todo, y ojalá esté en posibilidad de no cometer los mismos errores, y si los llego a cometer intentaré enderezarlos siempre. Me dará más rango de visión para comprender qué es la vida y su complejidad, me dará más experiencia para compartir. Desde ya me está produciendo calma y serenidad, y permite que mi corazón se llene de paz, de compasión, de luz –literalmente-, de amor del bueno.



Liberarme del miedo, de un miedo que ya ni me doy cuenta, pero que mi cuerpo me revela, ¿por qué los hombros levantados? ¿por qué las pesadillas que padecí tantos años? ¿por qué, de niño, el miedo a la oscuridad, a la soledad? ¿por qué la inseguridad, las manos sudorosas, la timidez, la inquietud ante la autoridad? ¿por qué nunca pude concluir mis estudios? ¿por qué nunca llevo a término lo que empiezo? ¿por qué mi atención distraída? 
Toda esta reflexión aparentemente anclada en el pasado está enraizada totalmente en mi presente. He reconstruido aquel momento para entender mi acción de hoy, para construirla de manera distinta, mejor, más consciente, más amorosa. Trato de hacer clara aquella situación en mi conciencia para librarme del temor que inmoviliza y produce enfermedad. Esta confesión es la herramienta para viajar a lo más profundo de mi ser, a lo que no asoma tan fácilmente, ha sido mi Virgilio para bajar a los infiernos. Confesarlo me revela muchas verdades, me da claridad para que el velo sea descorrido y pueda caminar con más tranquilidad, salud y amor sobre esta tierra. Con Kafka y la carta a su padre aprendí que contar todo me ayudaría en el camino.
Me importa este momento, aquí y ahora. No busco en el pasado para regodearme en él, escarbo para fundamentar mi presente. Estoy consciente del maltrato, creo que fue producto de cadenas de inconsciencia. De que estuvo mal, estuvo mal. Trataré de estar consciente de mí mismo, para romper estas cadenas. El reto para mí es hoy. A pesar de reconocer que aquella conducta y aquel trato de mi padre hacia mí estuvo mal, equivocado y que fue dañino, no siento rencor, resentimiento ni coraje. Me doy cuenta de que el perdón está en la raíz de lo que pienso, no es una idea insertada desde afuera, nace como una flor, como un loto entre el fango.



Lo único que ando buscando es la verdad, sin ofender a nadie, sin desquitarme, sin dañar. Al contrario, con gran compasión, en el sentido más puro de la palabra, sentir con el otro, llegar a saber cuáles fueron las motivaciones internas que lo llevaron a actuar como lo hizo, no para vengarme, sino para elevar una oración por ellos, por él, para biendecirlos, bendecirlos, porque también la bendición de un hijo hacia sus padres, hacia su padre, es poderosa.
Perdonar es un reconocimiento de lo humano, es una revisión de sí mismo, es una corrección en un sentido vital, es volverse más completo. No es un acto a ciegas donde todo se entierra en aras de un amor idílico, es ventilar, evaluar, con toda la capacidad de la conciencia, con toda la visión de la experiencia de la vida vivida para crecer como seres humanos, para construir la vida de otra forma, para concretar el sueño de todas las utopías imaginadas, para verdaderamente comunicarnos. No es un perdón estúpido e incluso pendenciero, hipócrita, sino amoroso, que abarca y transforma a quien lo concibe, al que lo vive. No me interesa el perdón que esconde por temor y que tiembla ante la verdad, sino el que busca lo justo, que no teme, que entiende, que ilumina con la luz de la reflexión el momento presente y futuro del que lo asume. Así lograré que no haya una disociación en mi ser. Esto es lo que llamo amor. Amor por sí mismo, para así intentar amar a los demás.
El humano es un ser de luces y de sombras, cómo puedo juzgar a mi padre o condenarlo, si me ha dado la vida y muchísimas cosas valiosas y buenas. Aunque innegablemente me ha hecho sufrir. El camino que veo claro es la comprensión, el perdón. No el que solapa, sino el que suelta. 



Freud, Freud, ¿por qué no me dijiste que me querías? ¿por qué mantuviste esa distancia tan enorme que separaba tu sillón del diván? Ni siquiera puedo decir de mi diván. ¿Por qué no me abrazaste, por qué no lloraste conmigo? ¿por qué no me diste una palabra de cariño, de consuelo, de esperanza? Sé que dices que todo esto perturbaría la terapia, que a ti no te corresponde, pero por eso es que nunca me pudiste sanar. Dices que hay que mantener una distancia, que ni siquiera me puedes dar un consejo, pero llevas años con lo mismo y no veo la luz. Te cambio toda tu teoría por un beso, por un abrazo, porque me dejes escuchar los latidos de tu corazón mientras me recuesto unos minutos en tu pecho, no más, tan sólo unos minutos serán suficientes para aposentarme en el corazón de la galaxia de luz del amor, tan sólo un puñado de segundos para realimentarme desde el centro luminoso en donde reposa el ojo de Dios. No te voy a pedir más, no te voy a quitar tu tiempo. No seas tan frío, sé que no eres mi padre, no te pido que sustituyas a nadie, pero dices que me puedes sanar, ¿cómo hacerlo mientras me untas bolsas de hielo en el corazón?
Papá, sólo quería que estuvieras orgulloso de mí. Creo que a esa edad es adecuado desarrollar un ego fuerte y poderoso. Ahora, me interesa muy poco la importancia personal o el agradar a otros, ahora me interesa agradar a la vida y desarrollar el encuentro con mi esencia. He recorrido un largo camino para llegar a esto, y toda esta recapitulación de aquel suceso de mi vida, lo del concurso de ortografía, me ha servido para hallar paz, para comprenderte mejor, para rehacer las piezas que me faltaban en el rompecabezas. Ha valido la pena este esfuerzo, han valido la pena los sentimientos de culpa por los que he pasado al analizar aquella situación, al ponerte bajo el microscopio, definitivamente han valido la pena porque de lo contrario me hubiera quedado con aquel recuerdo enfermizo habitando en mi mente, susurrándome tonterías, enfermando mi carne, alimentando el monstruo de la baja autoestima. En cambio ahora me siento libre de todo ello. Me siento descansado, fuerte, seguro, tranquilo. Como para comenzar otra vez. Estas palabras son mi testigo fiel. 

El concurso de ortografía IV

Mi consciente no miente, pero mi inconsciente tampoco, por eso nuestra construcción como seres humanos es compleja. ¿Cuántos programas me faltan por no haberlos vivido?, ¿cuántas carencias se grabaron a fuego en mi ser todo?, ¿cuántos gritos ahogados, palabras calladas, contenidas?, ¿cuánto dolor, cuánta tristeza soterrada? Ahora, al enfrentar esto, el niño debe apapacharse solo, lamerse como lobo sus heridas. Mi consciencia me jala hacia adelante para evolucionar a pesar de la adversidad y salir purificado, bendecido, claro, sabio, amoroso, comprensivo.
Este no es un ajuste de cuentas con nadie, ni siquiera conmigo mismo, es una operación de limpieza del alma para conocerme, comprenderme y saber cómo actuar. Es necesario buscar todos los lados de asunto, esta no es una moneda de dos caras, se trata de un poliedro. Incluso, habrá que asomarse con valor a las caras más oscuras, armado de una antorcha de sabiduría, de filosofía, de lecturas. No voy a meterme como chivo en cristalería, sino como un ermitaño diogénico, linterna en mano, corazón cálido.


Atrapé algo de mi inconsciente, así que dejo de fingir, si jalo más la cuerda saldrá toda la podredumbre. A los 15 años escribí, con faltas de ortografía, un intento de poema titulado: 52 veces al año tengo padre. Lo que sucede es que mi dolor estaba taponado.



¡Hola, inconsciente!, ¿si te dejo salir, asomar, no te aprovecharás de mí? ¿ todavía oculto algo, me falta más por escupir?¿ahí ha estado eso pudriéndose dentro de mí y por ello tantos malestares? Los sentimientos de culpa son fantasmas que tienen un origen concreto. Mi luz es el fortalecimiento de mi conciencia.
¿Será que no existe la tierna infancia? A veces hay más tristeza, más dolor que alegría y felicidad, en otras ocasiones quedan tablas. Así es el juego de la vida. Muy poco de esto es azaroso, la mayor parte está determinado por los actos conscientes o inconscientes que llevamos a cabo, y la influencia de los demás en el entorno de uno. Mi infancia tuvo de todo, como la de cualquiera, eventos desagradables y tristes, pero también muchos hermosos y supremos. Los de afuera estaban ahí con su relajo, pero algo dentro de mí determinó defenderse y vivir contento, quizá fue en parte una mascarada creada a partir de un instinto de supervivencia.
Ahí está mi papá, sentado a la mesa, con su pantalón de casimir y su guayabera color crema. Después de comer ve la tele un rato antes de seguir con su trabajo, siempre su trabajo. ¿Acaso no es el que nos da de comer, no tiene derecho un hombre a sumirse en su trabajo con todas sus ganas hasta alcanzar sus objetivos? ¿y el tiempo para su familia? Pero quién piensa en eso, quizá ni siquiera se daba cuenta. Cuando estaba contento platicaba, su sonora y hermosa voz llenaba el comedor, su contagiosa risa aparecía y el ambiente generaba una ecología acogedora. Rápido de ideas, inteligente, la palabra precisa , el cálculo exacto en cada cosa.
En otro momento escucho los pasos apresurados de mi padre, oigo el tintineo de las llaves, son varias, pero las tiene perfectamente ordenadas, cuál primero y porqué, cuál después. La llave adecuada entra, da vuelta a la cerradura, la puerta se abre, mi padre entra. La sala huele a la comida que mi madre ha preparado, por cierto deliciosa. Arroz blanco, caldo tlalpeño. Papá siempre come mientras bebe su bebida de cola con hielos. Nosotros estamos sentados a la mesa. Él bromea, mamá recorre con su mirada cálida la escena. Terminada la comida papá hace cuentas, calcula sobre papel. A veces hay discusiones por el dinero. No digo nada, estoy callado cuando eso sucede. Siento feo, pero qué puedo hacer. Tengo doce años y mi padre me intimida. Creo que por eso siempre tengo problemas con la autoridad o cualquier jerarquía, o me ponen nervioso o me declaro en rebeldía.




Creo que mi necesidad de comunicación quedó mutilada. No lo tengo muy claro, con el tiempo los recuerdos se van borrando o no existen. Sólo hay algo muy evidente: después de lo del concurso ya casi no pude comunicarme más que lo elemental, lo verdaderamente básico, con mi padre. Cuando papá llegaba me quedaba casi inmóvil, a la disposición, enfrente, quieto. Si estaba tocando la guitarra, dejaba inmediatamente de hacerlo. Jamás pude tocar la lira y menos cantar enfrente de él. ¿Qué triste, no?
La vez que quise comprar una guitarra dijo que no quería mariachis en la casa. Supongo que lo hizo por mi bien, preocupado respecto a qué sería de mí si me dedicara a ser un músico, no tendría de qué vivir. Si no fuera por la hermosa de mi madre … ella me llevó a la Lagunilla a comprarme una lira acústica, que tenía un brazo más ancho de lo normal y un sonido un tanto apagado, pero que con ella toqué y toqué y toqué; y la amé, la amé y la amé hasta que me brotaron hermosos callos en la punta de los dedos. Desde la mañana hasta la noche estaba pegado a ella, aprendiendo absolutamente a solas, sin apoyo, sin maestro, pero cuando mi papá llegaba entraba yo en un silencio absoluto. 
Nunca comentó nada de la guitarra, ni siquiera sé si aunque sea de reojo la miraría. La guitarra apareció ahí “de pronto” y como no me veía tocar ni cantar pensaría que no era nada importante para mí. Y todo ese silencio de mi parte quizá, y digo quizá porque de verdad que no me queda claro o lo sigo negando, se me convirtió en una amargura inmovilizante, en síntomas físicos, a partir de una situación emocional, psíquica. Aunque a la vez era muy alegre, con mis amigos de la secundaria me divertía mucho y era muy latoso y vacilador. Es decir, nada que llamara la atención…o nadie lo supo ver. En la cama, cuando vinieron a buscarme para lo del concurso de ortografía, tenía dos semanas tirado por una fiebre reumática, es decir inmovilizante. No sé si sea coincidencia, que igual quedaba inmovilizado ante la presencia de mi padre. He averiguado, y para los que saben de la medicina cuerpo-mente, las reumas son un signo de falta de amor, de sentirse victimado, de cargar con una amargura crónica, de cargar con resentimientos no confesados. Quizá apenas estoy comenzando a ver.




Como se podrá notar la figura de mi madre queda un tanto empequeñecida. Quizá por la situación en que vivía. Sometida a los designios de mi papá, absolutamente dependiente de su palabra, de lo que le quisiera dar. Siempre con la esperanza de que las cosas fueran a cambiar un día. Sí, creo que empiezo a ver, o quizá siempre lo vi, pero nunca lo quise aceptar y menos comentar porque se iba a desatar un caos brutal. ¿Acaso no fue así hasta el final? Un montón de mentiras, de teatros y todos viviendo lo mejor posible encima de ello para que no se generara una tormenta brutal y destructora. Cómo puede un niño de 12 años cargar con eso, cómo enfrentarlo cuando estás a las puertas de la adolescencia y no hay nadie que te haga el paro porque tu mamá también va en el barco a la deriva. Exacto, es el reino del silencio obligado, del que te aplasta, del que surge del miedo, del inmovilizador. 
Seguro mi papá creía que llevaba lo mejor posible las cosas, no se daba cuenta o no quería aceptar que su ausencia generaba un vacío de amor, de afecto, de palabras, de comunicación. Y mi ser no quería ir más allá en la relación entre ellos, no quería correr la cortina, porque sabía que sólo encontraría lágrimas y soledad. Lo sabía porque mamá lloraba seguido, y cuando le preguntaba porqué, se secaba sus lágrimas y decía que no pasaba nada, que se sentía un poco mal. Detrás de la cortina había una inmensa soledad, estaba oscuro, vacío, era una cueva fría. 
Qué son todas estas palabras sino una búsqueda, una confianza absoluta en medio de la nada, guiado por la certeza de que el amor existe y es el único camino para seguir viviendo.

El concurso de ortografía III

Aunque quizá he sido un gran hipócrita que nunca me he atrevido a confesar que guardo algún rencor o resentimiento contra mis padres, porque entonces toda la moral y el pecado caerían sobre mí, me aplastarían en los infiernos. Y lo que tengo que callar se me convierte en males en el cuerpo, achaques, que a futuro podrían convertirse en males crónicos y en incapacidad para amar a los que me sucedan, o cuando tenga hijos. Ellos tampoco sabrían amar, y la capa del dolor se extendería hasta a mis nietos. Tengo que romper esta cadena de incomunicación y desamor. Por eso, hoy estoy aquí, espero que humilde y sinceramente, tratando de encontrar respuestas a lo que me sucede desde aquel día en que gané el concurso de ortografía, y las autoridades de mi escuela fueron a buscarme a la casa. Pensé que a mi padre le daría un gran orgullo y brincaría de gusto para celebrarme, pero no, lo único que recibí fue una cubetada de frialdad e indiferencia, silencio absoluto. Aquí lo que importa es cómo lo tomó mi inconsciente, cómo lo almacenó, cómo lo interpretó. Ya que al ser guardado, sellado, tapiado, de esta manera, con el paso del tiempo se ha convertido en incapacidad para amar, para expresar los sentimientos, ojetez para con los triunfos de otros, incomunicación, incapacidad de hablar en los momentos claves. No es cuestión de vengarme, sino de comprender y aceptar que pueden existir tales sentimientos de odio y rencor, no para regodearse en ellos sino para encontrar la llave de salida del infierno y de la enfermedad, del resentimiento escondido, de los traumas, y así poder amar con sinceridad y madurez a mis padres, aceptando con toda naturalidad las cosas buenas de ellos, reconociendo los enormes errores que pudieran haber tenido. Eso no me hace un mal hijo, al contrario, me permitirá comprender la complejidad de la vida con todos sus avatares, contradicciones y conflictos.


Me doy cuenta, mirándome a un espejo, que la respuesta está en mí mismo. Que lo que no fue ya no será, no porque no se quiera sino porque ya es imposible físicamente. Pero, nunca es tarde cuando la dicha es mucha. Frente a este espejo me doy cuenta que comprendiéndome, amándome, apoyándome, estoy rompiendo con esa cadena. Me puedo liberar de todo rencor, entender a mi padre y sentir una gran empatía por él, acariciarlo yo mismo. La ausencia de rencor y coraje no vendrá de un acto forzado, sino de razonar, de no juzgar con dureza de alma. El reino de los cielos está dentro de mí, ahí está la fuente que mana. Si es una construcción intelectual no me importa, porque tiene vida en este presente y actúa en lo concreto. Este es el verdadero ajuste de cuentas que requiero. No habrá balas, no habrá moralina ni rencor. Habrá amor y compasión auténticas, producto del razonamiento, la experiencia, el estudio teórico, la comprensión. Y mi cuerpo lo contará, sentirá, cantará; podré entonar un himno de sanación, de salvación; mi conciencia estará libre de todo maledicencia; mi cuerpo y mi mente lo manifestarán, y como una flor ofreceré mi mejor aroma a la vida en la Tierra.


Espero también me sepan disculpar los que dejé noqueados en el camino de mi vida. Es que traía colgado todo esto y no me daba cuenta o lo negaba o no lo comprendía. Hasta que me apareció más menos claro, porque antes me asaltaba y me saltaba en el camino, como un recuerdo triste que asomaba una y otra vez. Lo puedes empujar hacia abajo, negarlo, cagarte en él, pero ahí está. Decidí mejor sacarlo a pasear, a ventilar, ver qué rostro tenía. En el juego de la ruleta de la vida quizá lo atractivo sea que sepas porqué apuestas a determinado número. La ruleta puede estar trucada, los otros quizá no sepan ni a que juegan, pero todos están sentados a la mesa. ¿Tú sí sabes a qué jue-fe ga-fas? Eso es lo que hace que te sientas mejor y a gusto en el complejo juego.
Todavía con dolor contemplo a ese niño, sentado ahí, a la mesa, callado, temeroso, incapaz de levantar la voz y exigir sus derechos, ensimismado, con los hombros un tanto levantados. Eso de los hombros alzados me siguió durante muchos años, hasta casi provocarme un poco de joroba que a base de ejercicio y de estarme enderezando impedí se marcara más. Y todo cruza sus líneas en ese momento en aquella mesa, en mi silencio, en mi miedo. Ese niño, en aquella tremenda contradicción, amándose mucho a sí mismo, pero atemorizado y callado en esa circunstancia. Mi conciencia no lo pensó, pero quizá otra parte de mi ser quiso gritar: “Hey, papá, ¿que no ves, no te das cuenta? ¡Acabo de ganar el primer lugar en el concurso de ortografía en mi secundaria, y me van a llevar a concursar a otra escuela, la voy a representar! Hey, ¿no estás orgulloso de tener un hijo así, no soy motivo de satisfacción para ti? Hey, ¿no me quieres, no me puedes dirigir unas cuantas palabras de aliento? Hey, ¿no me puedes sentar en tus piernas , verme a los ojos y decirme “qué bien”? Hey, ¿no me puedes dar un beso y decir que me amas?



Nada de eso sucedió, y estoy ahí sentado, sobre aquella silla con recubrimiento de plástico que está más fría que nunca. Dentro de unos minutos me darás dinero para que me vaya al cine y puedas quedarte a solas con mi mamá. Cruzaré la puerta solo, con un poco de dinero en la bolsa, sin rumbo exacto y sin una palabra ni mirada que alimenten mi corazón.
Ahora bien, quizá todo aquello no fue más que una cara de la moneda, tan sólo mi percepción. Cacho y cacho. Un poco así otro poco asa. Qué sé de los sentimientos que pudieran estar pasando mis padres con sus propios asuntos entre ellos, qué sé de lo que estaba sucediendo en ese momento en que llegaron las personas de la secundaria. Seguro que hay más, mucho más, en ese tejido complejo. Ésta es tan sólo mi versión. Es importante, pero es sólo un punto de vista. Debo esforzarme para comprender otras verdades.
Me pregunto si se puede llegar a la verdad. Atravesaré el espejo, esa es la gran enseñanza de Alicia. Desde la conciencia, con calma, con cariño, atravesaré el espejo. Y poco a poco, iré viendo que hay ahí.



Sin ánimo de bondades falsas ni poses de telenovela barata, sin fingimientos a partir de haber leído libros de autoayuda, pero sí influido por religiones y creencias, puedo sentir, tocar con la intuición, que en mi corazón no existe odio ni rencor por aquella vivencia. No sólo lo del concurso, sino otras tantas historias que sería largo enumerar. A pesar de todo, y a menos que mi inconsciente me tenga controlado, no siento apego ni resentimiento sino agradecimiento porque con el correr de los años mi padre me demostró cuánto me amaba, a su manera. Quizá no fue la forma en la que yo hubiera querido. En su momento me dañó más de lo que hubiera aceptado, eso que ni qué, pero ahora comprendo que su conducta debe haberse debido a alguna situación de su vida, experiencias de su infancia que desconozco hasta la fecha y que tristemente ya no sabré nunca. Eso sí que es decepcionante. Lo demás no. Tengo pruebas de que mi padre me amó a su manera y eso es lo que me reconforta y me ayuda a madurar. Alcanzo a comprender que son muchos los aspectos que juegan y que no tengo los dados en mi mano. Nunca me abandonó, siempre estuvo al tanto de lo que me pasaba, me ayudó económicamente, me trató bien. Estas son pruebas más que suficientes para saber que no estoy alucinando. Por eso no me nace ningún rencor, no tengo qué reprochar, sino entender porqué un ser puede ser tan contradictorio. Como niño y adolescente me costó mucho trabajo comprenderlo.



Total, me fui al concurso zonal de ortografía. No le voy a echar la culpa a nadie, ya no avance más porque hasta ahí dio mi capacidad en ese entonces. Nadie volvió a mencionar ni a recordar jamás el tema, y sólo el paso de los años lo fue empujando a mis recuerdos. Sólo a base de pensarlo y observarlo me di cuenta cuánto pesaba en mi conciencia y de qué formas se había manifestado. Creo que nunca lo atrapé ni develé totalmente, pero lo que alcancé a ver fue fundamental para sanar un poco más la totalidad de mi ser. (Continuará).

El concurso de ortografía II

Aquí no hay palabras definitivas, no hay buenos ni malos, lo que hay es una búsqueda de algo que ni siquiera quisiera llamar “verdad”, porque ¿qué es la verdad?, si acaso le llamaré circunstancia, contexto, razones, y ni siquiera con esas palabras alcanzo a merodear en la complejidad que tienen los actos humanos, porque qué significaba la actitud de mi papá, ¿que no me quería?, eso es imposible y me lo había demostrado con hechos durante décadas, ¿que me despreciaba? no me hubiera dado todo lo que me hado material e inmaterial en todos estos años; entonces, ¿qué significa su conducta de aquellos años? Creo que tan sólo se trata de la reproducción inconsciente de patrones aprendidos en otras circunstancias también dolorosas en su infancia. Y qué sé, si desconozco todo, absolutamente todo de su infancia, lo mío sólo son hipótesis. Él nunca me contó nada de sí mismo. Nuestras pláticas giraban alrededor de otros temas. Cuando yo tenía 16 años hablábamos de política y me confrontaba por mis ideas de izquierda. Él era un convencido priísta como todos los señores de aquellos años de principios de los años 70’s.



No puedo ni quiero acusarlo de nada, no quiero enjuiciar a una persona. Quiero entender, encender las luces en el vacío, asomarme a esa cueva de las tinieblas de la incomunicación, deseo tocar la puerta de los corazones endurecidos, lo que quiero es que ya no se repita la historia, pero ¿cómo puedo garantizarlo? Ya lo dice el dicho: en la casa del jabonero el que no cae resbala, quizá estoy buscando no resbalar o que el resbalón sea menos fuerte. Aquí no hay condenados ni perdonados, ni buenos ni malos, aquí hay seres complejos, con diversos matices en la gama de los grises. 
El recuento de algunos hechos es lo único que puedo poner sobre el tapete, son mis cartas y el mazo está incompleto, no las traigo todas, porque eso no puede ser. Hay todo un mundo detrás de cada acto de las personas. A lo único que puedo referirme es a los hechos, y cuando evalúe esos actos, siempre será desde una perspectiva acotada por mis propias circunstancias, Claro, sentimientos válidos y dignos de tomarse en cuenta, pero siempre incompletos. Por ejemplo, en el tema de los abrazos. ¿Por qué mi padre nunca me abrazaba más allá de los de rigor de navidad y de año nuevo?, no lo sé, quizá no estaba acostumbrado, quizá tampoco lo hicieron con él. ¿Significaba eso que no me quería?, no lo creo, porque el amor se demuestra de muchas formas. ¿Me hicieron falta? bueno, en aquel momento no lo pensé o no quise darme cuenta, pero al paso del tiempo me queda claro que me hubiera gustado recibir unos buenos abrazos. ¿Lo amo menos por ello? para nada, aunque quizá podría amarlo mucho más. Porqué nunca hablamos de esto, será que nadie puede hablar de estos temas, ¿porqué está tapiada nuestra boca y por ende nuestro corazón? ¿Es generacional? ¿Es histórico? ¿Sucedía sólo en mi casa? creo que aún me da envidia cuando veo en otras personas, en otras familias, cuánto se quieren. Soy envidioso, ¿será producto de una historia concreta o está en el corazón humano? 



El caso es que aquel día, cuando fueron a visitarme a la casa la orientadora y la prefecta de la secundaria porque había ganado el concurso de ortografía, mi padre ni siquiera se movió de la silla, las trabajadoras se retiraron. Mi padre, con su hermosa voz, su clásica amabilidad y don de gentes, las despidió cortésmente. Cuando cruzaron el dintel y la puerta se cerró detrás de ellas, mi padre no hizo ni un solo comentario. No hubo una felicitación ni abrazo ni palabras. El tema de él con mi mamá tomó por los caminos trillados de lo cotidiano. La comida, el dinero, los gastos o la mosca que vuela. Para mí, que había ganado el concurso de ortografía y que ahora iba rumbo al concurso sectorial, no había una palabra. Sentí un baño de aire helado sobre mi cuerpo. También guardé silencio. ¿Qué puede decir un chavo de 13 años que no está acostumbrado a hablar con su padre? Nada. Mi silencio y mi soledad también fueron sepulcrales en aquel instante. Un sabor amargo quedó en mi garganta, quizá un mar de preguntas atoradas en forma tal que ninguna era clara, menos para un adolescente. Ya antes había ganado otros concursos en otras áreas y jamás tampoco había habido celebración ni comentario especial. Quizá un “ajá” por ahí perdido entre mis recuerdos. 



Cuando menos conscientemente, no tengo reproches, ni dolor, no…mmm... más bien sí. Quiero encontrar si eso dañó en algo mi vida, si me mutiló de alguna manera. Quiero saberlo para estar sano y seguir mi camino, quiero saber para quitármelo de encima, para que aquellos hechos no me estorben en mi desarrollo presente, para que no sean un lastre en mi vida, para romper la cadena, para no dañar a los míos. Porque, qué tal si me están impidiendo realizar mis anhelos personales, qué tal si han incidido en mi seguridad personal y quizá por eso me han generado problemas con la autoridad. Y sin hacerle al psicólogo de bolsillo sí me interesa superar ese conflicto. He leído temas emparentados y sé que se puede generar mucho daño con la falta de apoyo, estoy en mi derecho de buscar sanación, aunque algunos se burlen o me quieran encasillar en libros de autoayuda. No me importa, algunos de estos libros me han ayudado, sin poses pseudo intelectuales me han brindado alguna herramienta para avanzar en mi camino de comprensión de todas estas circunstancias, y, sobre todo, he encontrado claves para superar esos problemas y poder llevar a término tantas cosas que he dejado colgadas en la vida. Vayan a saber si tiene que ver con aquello que viví, creo que sí. Lo he venido descubriendo al paso de los años. He ido develando el tema, porque creo que ni siquiera me daba cuenta de cuál podría ser el origen de lo que me ha pasado, a qué podría atribuírselo. 



Una ligera pero pertinaz lluvia está cayendo allá afuera. Ahora que recuerdo, en mi infancia y adolescencia siempre hubo mucha lluvia y mucho gris. También mucho sol, pero recuerdo más lo gris. Mi papá nunca me pegó, pero tampoco nunca me abrazó ni me besó o no lo recuerdo. Nunca me gritó, pero tampoco me habló con ternura. ¿Quedaría yo como huevo tibio? ¿ni crudo ni cocido? Será que por eso a veces no puedo expresar mis sentimientos o me exculpo con todo aquello para seguir siendo un huevo tibio. Aunque los huevos tibios, sí están en su punto, con un toquecito de limón y un poquito de sal, son muy sabrosos, ni muy crudos ni muy cocidos. Esa debe ser la cuestión…quizá si me agrego limón y sal…en forma de búsqueda interior… 
A lo mejor me estoy ocultando algo y lo que he pedido a gritos, y ahora reprocho enmascaradamente, es un abrazo, un beso, unas palabras de aliento de mi padre. Y digo de él porque con mi madre no tuve problemas en ese aspecto, al contrario, mi mamá siempre nos alentó, para ella éramos los mejores y siempre nos daba ánimo para todo, nos abrazó, nos besó, nos amó mucho. ¿Acaso no puede compensar esto todo lo demás? Parece que no, cada cariño es importante y específico, la otra parte hace falta, es como aquello del ying y el yang. No se puede estar nada más con uno de los polos, no hay de otra. Como en esas casas en que la mamá es madre y padre a la vez, de cualquier forma los que viven de esa manera terminan buscando la figura masculina, paterna, que les hace falta, y entonces un vecino, un tío, un profesor, una amigo de la pandilla, vendrá a sustituirlo.



Los abrazos son poderosos, es hermoso que te abracen. Las palabras de aliento tienen poder. Algunas filosofías afirman que no hay que ceder ni ante el halago ni ante el insulto, pero cuando se es niño y adolescente, hay que construir un ego muy fuerte, ya después veremos lo que hacemos con él, si lo destruimos o lo transformamos, lo evolucionamos, pero por lo pronto hay que poseerlo. Y ese ego poderoso se alimenta del cariño de la familia más cercana, padres y hermanos, tíos, primos. Si no reconozco esto, entonces no me daré cuenta porque he estado metido en varios problemas: incapacidad para relacionarme sanamente con los demás, alcoholismo, adicciones, bipolaridad, incapacidad para llevar a término lo que comienzo, egolatría exacerbada aunque maquillada, autoritarismo, incapacidad para sostener una relación sana de pareja, violencia física y psicológica hacia los demás, incapacidad para comunicarme, para expresar los sentimientos, envidia, ira y no sé cuántos infiernos más cuyo origen está en esa falta de afecto, de cariño, de besos , de abrazos, de palabras. Como aquel célebre experimento de los changuitos alimentados por simias verdaderas y simias de peluche, y otros tantos experimentos que hay por el estilo en donde la conclusión es siempre la misma: hace falta el amor, el cariño, las palabras de aliento, la compañía. Es fundamental para la familia, los hijos, tocarse, sentirse, mirarse a los ojos, olerse, saber cuando menos algunas cosas íntimas uno del otro. Eso es parte central del hecho de ser padres e hijos, de ser seres humanos.

El concurso de ortografía I

¡Qué hermosa era mi maestra de Español en la secundaria! Se notaba que tenía poco en la profesión porque era muy joven, quizá 24 ó 25 años a lo mucho. Su cabello un poco corto, negro, grueso, con un peinado muy de principios de los setenta. Y era buena onda. Reunía los clásicos requisitos que uno anhela en una maestra, el arquetipo clásico, pero muy vigente para unos chamacos en pleno crecimiento y despertar: guapa, amable, moderna, de buen cuerpo. Yo era tímido, no era de los que se llevaban con los maestros, ni ella se llevaba con los alumnos, o mejor dicho, con los estudiantes, como le gustaba al subdirector de la secundaria que le dijeran a los muchachos. El hombre se molestaba mucho cuando nos los llamaban así. 
Bertha se llamaba ella, Bertha, y su nombre nos traía loquitos a todos, sospecho que hasta a muchos profesores. A mí, en forma muy callada, pues como ya dije, era muy tímido. Pero eso no me impedía intentar mirar hasta donde pudiera cuando ella se sentaba en la silla del maestro en el salón de clase. No había escritorio sino sólo una mesa, así que se podían contemplar, con calma, pero disimuladamente, sus bellas y torneadas piernas. A veces utilizaba una medias de abuelita que cobraban vida moderna al ser acompañadas de una discreta falda corta; otras veces, no llevaba medias y esos días eran la locura: voltear a mirarla cuando subía las escaleras, con discreción espiarla cuando se sentaba en la silla, y estar atento a cualquier movimiento que hiciera y permitiera que su falda corta se levantara un poco más, era toda una aventura. Los días en que llevaba sus pantalones oscuros y anticuados no le importaban a nadie. Hasta la clase parecía más sosa y aburrida. Y no era sólo una percepción personal. Lo notaba en que a cada rato ella tenía que llamarle la atención a varios compañeros porque estaban bien distraídos o dando mucha lata.






Aunque la maestra Bertha se iba mucho por el lado del programa oficial, muchas reglas, mucha formalidad, muchos ejercicios en abstracto, sus clases no me parecían aburridas. Sobre todo porque se notaba que amaba su trabajo, que nos quería contagiar su amor por el idioma español, que no era tiesa ni dura ni grosera con nosotros. Y subrayo esto porque la secundaria estaba plagada de maestros gandallas. Eran los setentas, y los ánimos estaban caldeados por todos lados. Desde el maestro de deportes que a la entrada de la escuela iba escogiendo a quienes, nomás por sus güevos, como él mismo decía, tenían que romperse la madre ese día; o como el maestro de Civismo, que apunta de borradorazos –con tino de apache- y reglazos pretendía inculcarnos las reglas de ética y buen comportamiento social; o el caso de nuestro amado prefecto que cargaba una cadena, delgada, para asaetearnos cada vez que según él hacíamos algo incorrecto. En ese entorno, la profesora era un oasis, no era cariñosa ni se llevaba, pero nos respetaba y se preocupaba de que aprendiéramos, a pesar de los programas de estudio tan áridos y anquilosados.
Años después consideré a ese tipo de educación como muy atrasado, aunque ahora, al pasar más tiempo, creo que la educación secundaria ha sufrido una regresión más grande aún. Ahora en el siglo XXI, la gran mayoría de los chavos salen de secundaria perdidos, no saben nada de nada. 
Las clases eran muy serias, medio secas, pero leíamos libros, escribíamos resúmenes, se armaban concursos de declamación donde conocíamos a algunos poetas y su obra, y se organizaban concursos de ortografía. Y yo me quejaba, ¡caramba! ahora los adolescentes de secundarias públicas ya casi no tienen nada de eso. Hoy todo es quesque por competencias y nuevos modelos, que entre otras barbaridades, por ejemplo, ponen a los alumnos a leer determinado número de palabras por minuto, si cumplen la meta numérica es suficiente, el maestro elaborará reportes interminables, horrendos y burocráticos, en donde dará cuenta de que la competencia se haya cumplido: apertura, desarrollo y cierre, se han llevado a cabo con displicencia. Vaya, vaya…



En aquel tiempo la cosa era más humana, más de seres vivos, a pesar de sus contradicciones. Aunque seguramente ahora, a pesar de la montaña burocrática de formatos por llenar, la vida seguirá respirando por algún rinconcito. En aquella década la educación, a pesar de todo, estaba más viva y era de más calidad, aún con la represión y la violencia de estado, los docentes estaban en mejores condiciones laborales y salariales que ahora, y el contexto era muy diferente al actual del nuevo milenio (título que es pura pantalla porque no hay tal modernidad o avance que implicaría nombre tan rimbombante). La maestra Bertha era además de una nueva y joven generación de profesores que quizá por lo mismo traían ganas de hacer las cosas de manera diferente. Aunque, a veces, la observaba sentada en la sala de maestros o caminando por el patio y la veía muy pensativa, la mirada incluso algo perdida o muy lejos de ahí, muy seria, absorta en su mundo personal. ¿Qué le sucederá -pensaba yo-, en qué estará pensando?, ¿le preocupará algo? 
Cuando entraba al salón se dedicaba a lo suyo. Dejaba sus problemas y preocupaciones atrás, y se convertía en otra persona, atenta y dedicada. Un buen día nos informó de un concurso de ortografía para el cual deberíamos prepararnos. No creo que nadie en su casa le haya dedicado ni cinco minutos al asunto, pero el día señalado para el concurso llegó. No recuerdo haberme preparado de manera especial. 
Sin mucho protocolo ni la gran cosa el día del examen para el concurso se repartieron las pruebas, contesté mis hojas, entregué y las clases siguieron como si nada. Era un viernes, al siguiente lunes no me presenté, me había sentido muy mal, me dolían las piernas, poco después supe que a ese tipo de dolor le llamaban reumas. También me dolían los codos y las muñecas. Fiebre reumática dijo el doctor. Me mandó unas pastillas llamadas Reumofán y unas inyecciones dolorosísimas de Benzetacil combinado. Como los dolores eran muy fuertes no me quedó más remedio que aceptar la terapia. No tenía de otra, no quería estar ahí tirado, incapacitado, alucinando no sé cuántas cosas como qué pasaría si no volviera a caminar. Pasó un día, otro, otro y otro y entonces supe que eso iría para algo largo, dos semanas en total. Se me hicieron eternas. Unos buenos vecinos se compadecieron de mí, y en muy buen plan me llevaron unos tomos de enciclopedias temáticas, bellísimas, que me cayeron de lujo e hicieron menos tediosa la recuperación. Leí mucho, mucho. Mitología griega, biografías, libros de estampas, que me compró mi mamá, con animales terrestres y acuáticos. Otro libro, también de cromos con la Vida de Jesús. Aparte, mis libros de poesías de cuando participé en concursos de declamación. Toda esta lectura me llenó de horas muy intensas y placenteras, así como la música de rock. Me pasé horas y horas escuchando Radio 590 -la Pantera-, Radio Éxitos y sobre todo Radio Capital, con su hora inglesa y Vibraciones. 



Así pasaron esas dos largas semanas. En cuanto pude, y ayudado por un viejo bastón que era de mi tío comencé a caminar todo atrofiado. Si recuerdo bien, creo que fueron un poco más que 14 días, porque al principio de la tercera semana vinieron a mi casa a tocar la puerta. Mi padre -con su periódico sobre la mesa-, y nosotros estábamos comiendo. Cuando mamá abrió escuché una voz como muy oficiosa preguntando si ahí vivía yo, sí era mi casa. Dijo mamá, sí, aquí vive. -Es que venimos de parte de la secundaria a darle una información-, dijeron ellas. Eran una prefecta y una maestra del área de Orientación. Ah, sí, pasen, pasen. Mi papá era muy bueno para las relaciones sociales, era muy amable y atento, y con su buena voz como que apantallaba. -Venimos a darles una información- dijeron. Su hijo ganó el concurso reciente de ortografía y va a representar al plantel en el concurso de zona. Como no ha ido a la escuela venimos a avisarles para que se vaya preparando y estudie mucho, señaló la orientadora. Mi mamá se emocionó bastante y preguntaba detalles. Papá escuchaba atento. Yo estaba muy contento, aunque nunca lo esperé ni lo deseé ni lo imaginé, pero bueno, bienvenido el triunfo y adelante, pensé. 
El encuentro fue breve, la prefecta y la maestra debían regresar a sus labores. En cuanto salieron de la casa parecía como si aquello no hubiera sido real, como si todo se reacomodara a como estaba hasta antes de que tocaran la puerta. Mamá esperaba que papá tomara la iniciativa, a ver qué decía. Mi papá volvió a su periódico sin voltear ni comentar nada en absoluto, como si nada hubiera sucedido. Yo sentía que había ganado el premio Nobel de literatura, pero mi papá ni siquiera me volteaba a ver. (Continuará)

Del acontecer VIII

Chistes y chistes acerca del muro que supuestamente construirá Donald Trump en la frontera entre México y USA. Así son muchos mexicanos, todo lo quieren arreglar con chistecitos, no hay un enfrentamiento crítico con la realidad. El humor es sano cuando no es evasión, y cuando además se acompaña de acciones transformadoras. 
No habrá tal muro, no es factible, no es posible. Habrá persecución, represión, deportación fuerte, amenazas. ¿Se arreglará el problema haciendo bromas?

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Todas las proporciones guardadas, al contrario de Hugo, Balzac o Vigny, con antecedentes de familias ilustres, yo no sé de dónde vengo ni conozco mucho de mis raíces. Sin embargo, trato de tener muy claro por dónde camino y hacia dónde voy. Pienso en qué ejemplo trato de darle a mis hijos y a mis descendientes. 
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Leo El cuaderno de Bento, de John Berger, y hay momentos en que las lágrimas asoman a mis ojos.
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Me gusta la palabra misterio y no sé exactamente porqué. Creo que todo lo oculto intriga al ser humano, lo desconocido. Es hasta por una ley de sobrevivencia. Lo que no conocemos nos amenaza. Lo conocido nos da seguridad, tranquilidad. Lo misterioso nos da miedo, nos paraliza, niega la vida. Es un instinto de sobrevivir el que nos hace acercarnos a lo misterioso. 
La palabra en sí me gusta cómo suena. Aunque el signo es arbitrario, su sonoridad de me produce bienestar. Etimológicamente la palabra significa iniciado, y viene de los cultos más antiguos en donde había que cerrar los ojos y la boca. Todo misterio hace referencia a un más allá, no necesariamente metafísico, sino a algo más allá de la conciencia. Son secretos para los demás, no para el individuo que ha sido iniciado en ellos. 
La palabra me gusta, pero además, por una circunstancia social, casi arquetípica, de inconsciente colectivo, tuve contacto desde niño con todo ese significado cultural que las palabras cargan. Y que, aunado a la personalidad de cada uno, produce efectos diferentes. 
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Escribir no significa por sí mismo que el escritor sea un ser diferente, sublime o superior. Se trata de un oficio como cualquier otro, en el cual hay que esmerarse y aprender todos los días. Ojalá puedas aportar algo bueno a otras personas tal como hace un buen plomero, albañil o carpintero.
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En algunos temas Marco Aurelio, el filósofo, es un antecedente directo de E. M. Cioran
por ese aire triste, un tanto depresivo, pesimista.
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A veces, la luna se observa en pleno día a la mitad del cielo. Sal a verla. Tranquilo, quédate quieto, sin prisa. Trata de captar la velocidad tremenda a la que van tú y ella navegando en el espacio sideral. De pronto pareciera que sólo están ustedes dos en el universo, pero el canto de unos gallos, también insólito a esta hora del día (las 5.20 pm), te hace ver que no están solos. La luna, sólo media carita, asoma por entre la cortina del cielo azul de primavera. 
Voy a encerrarme a escuchar a Vivaldi y a Philip Glass. Y miraré desde mi ventana a esa lunita en pleno atardecer. Estática, aparentemente inmóvil, volteando hacia la Tierra. ¿Qué tanto verá? Los aires de la civilización maya y la de los grandes astrónomos soplan sobre mí, y medio alcanzo a comprender la grandeza de su trabajo. Hombres que tuvieron y tienen el atrevimiento, el arrojo, la inteligencia, y la entereza de mirar hacia el cielo.
Bueno, voltear al cielo, cuando menos, pude entenderlos un poco en este instante.
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Los jardines son espacios de vida, orden y armonía. Dan sabor donde hay aridez y desorden. Dan calma y paz al espíritu. Promueven el desarrollo de la imaginación. Pienso en ello mientras leo Una vuelta por mi cárcel, de Marguerite Yourcenar, cap. XII, Bosquecillos sagrados y jardines secretos.
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Me da gusto ignorar tanto, porque me permite saber más.
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Dice Ray Bradbury : " Los libros son personas, no libros: cada vez que abres un libro, la persona salta afuera y se convierte en ti. Tú vas a la biblioteca y sacas un libro del estante y lo abres, ¿y qué estás buscando? Un espejo; de improviso hay un espejo ahí y puedes verte a ti mismo, pero tu nombre ahora es Charles Dickens, William Shakespeare, Emily Dickinson, Robert Frost o cualquiera de los grandes poetas. Así que vas a la biblioteca y te descubres a ti mismo."
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Soy un sibarita en muchos sentidos, uno de ellos: que no quiero gallos junto a mí, son muy escandalosos. Me gustan como creación de la naturaleza, su garbo, sus colores, pero amo más la calma y el silencio. 
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Un pájaro canta en mi ventana, y lo más maravilloso: está libre.
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Este 12 de octubre jovencita, jovencito, recuerda, recuerda. México no ha sido siempre lo que ahora lamentablemente contemplas: corrupción, crímenes. No, has de saber que venimos de culturas originarias muy importantes conectadas a el Águila. No lo olvides. Es el tiempo de laGuerra Florida, niña. Es la guerra florida, niño. La que abre tu corazón para ofrendarlo al sol de la sabiduría. Es la guerra del sacrificio humano, sí, el tuyo niña, niño. Porque tendrás que esforzarte para que la conciencia y el amor renazcan cada día en tu ser, y así poder transformar esta condición miserable. Es la guerra florida – Xochiyaoyotl-, la de la formación de los guerreros de élite, los que asaltarán al mundo con una visión cósmica de armonía y paz interior. Es el ensoñar que conjunta los mundos de lo posible con lo real, es el eco de las voces de nuestros ancestros sonando en Malinalco y latiendo en tu sangre. Es la guerra florida, niños, niñas.

  Barbie ¿feminista?    II/ II El monólogo de la señora Gloria prosigue diciendo: “ Es literalmente imposible ser mujer. Eres muy hermosa y ...