No sé si lo tuyo sea una especie de suicidio. Todo ese escuadrón de la muerte con que a veces te juntas en la cuadra, decrépitos, maltrechos, alcoholizados desde que sale el sol. ¿Acaso no se están matando lentamente? No sé si lo hacen a propósito o inconscientemente, pero créeme viejo, que para un adolescente contemplar ese decadente espectáculo es difícil de tragar. Frente a ti tienes a hombres que se están matando envueltos en falsas carcajadas disfrazadas de solidaridad y amistad. Tú vas poco con ellos, eres un lobo solitario, pero de cualquier forma haces lo mismo.
Y así caminas, la mirada perdida que sólo levantas para echarle aguas al auto que se estaciona o parte, o para recibir unos míseros centavos que te permitirán comer algo en el día. Puede que te alcance hasta para un alcoholito del 96 y para un jarrito rojo. El frío pega duro en las calles por la noche. No hay musas caminando a tu lado, ni, al parecer, seres protectores que te cuiden, pero qué sé yo, la vida podría ser peor aún para ti. Un traje mugroso, andrajoso, te viste, es que insistes en aparecer elegante.
El cabello enredado, canoso, descuidado, barba de muchos días. En tus párpados caídos se adivinan los años transcurridos, caen como cataratas de tristeza. Hay nubes en tus ojos, y no son las del cielo, son las de lustros de descuidos y mala alimentación. ¿Fuiste alcohólico siempre? No me atrevo a preguntártelo, lo considero impertinente. Viejo, viejo, me siento en el quicio de la puerta de mi casa a ver pasar el tiempo, y te veo a ti arrastrando pesadamente tus pasos de un lado a otro. ¿acaso eres una metáfora viviente? ¿Quién eres, el karma, el destino, un asceta, un maestro para mí?
Los poetas me han enseñado a verte diferente. No te juzgo, sólo te interrogo, me cuestiono. La poesía me aconseja al oído y me dice: “es el gran viejo, y en efecto, es un maestro que el azar ha colocado frente a ti”. Viejo, te observo mientras Nervo y Darío me acompañan. Con Amado Nervo vengo del Mar de la tranquilidad, y con Rubén bailo la Canción de otoño en primavera. ¿Acaso yo soy la primavera y tú, gran viejo, eres el otoño? O al revés, ¿a la desesperanza otoñal de mi alma, viene a iluminar la primavera de la chispa de tus ojos? No sé de escuelas, no sé teorías, pero mis poetas me señalan lo que tú eres. Rubén Darío también arrastra pesadamente sus pasos en una de sus lamentables borracheras, alucina, intenta suicidarse, mendiga atención. Él, que era tan grande. Luego te observo a ti, gran viejo, y tú ya ni eso pides. Finges que ayudas al conductor del auto, un poco hacia adelante, un poco hacia atrás como tu misma vida, para que el coche siga e inicie su camino, pero nada más. Sólo estiras la mano, y luego guardas los quintos en la bolsa raída de tu viejo saco que parece fue negro.
Gran Viejo, quiero escribir tu nombre con mayúsculas, porque aunque quizá ni te importe y nunca lo sepas te respeto, te admiro y te tengo cariño. ¿Cariño? Sí, y ni yo mismo sé por qué. No sé ni dónde vives ni quién eres, cuál será tu nombre ni si algún día tuviste mujer y trabajo. A mis 13 años no entiendo aún muchas cosas. En dónde perdiste todo, si es que algún día lo tuviste. Dime si es que a alguna altura de la cuesta se pierde la esperanza y el anhelo, pájaro solitario.
Hay un sistema explotador y corrupto, eso es verdad, pero a pesar de ello el amor y el trabajo pueden ser una bendición, una salida. ¿En qué estación te dejó el tren de la vida? ¿O fuiste tú el que decidió abandonar los misterios del viaje? Si fue así, dime por qué, anda, ilústrame, no ves que no sé nada y apenas estoy comenzando mi vuelo. Hueles a mugre, viejo, y nada me contestas, o mejor dicho, ese silencio es tu respuesta. Te sientas en la banqueta, enciendes una de tus colillas de cigarro y nada me respondes. Quizá sea mejor, exacto, debo encontrar mis propias respuestas.
Aquí sí hay responsables, nadie diga que no. Toda nuestra historia está sobre tu espalda, viejo amigo. La historia del país, la de tu ciudad, la de tu familia, la tuya propia. Sin duda por eso caminas con el torso inclinado, tanto peso has cargado. Una historia de explotación y ruinas, de gobiernos y empresarios corruptos que no han sabido construir un país justo, más tu propia familia que no supo hacerte fuerte, y sobre todo esto tu propia inopia que no quiso fajarse sabroso con la vida.
Vuelvo a Amado Nervo, cada quien es el arquitecto de su propio destino, y tú elegiste, en ultima instancia, el que ahora arrastras por las calles del barrio, afuera de esta cantina donde ahora cuidas autos ajenos. Por eso es que vistes ese traje estilo Clavillazo, que te queda tan grande de los brazos y que arrastras de los pies. Tus zapatos bostonianos se te medio salen del talón a cada paso. Eso es lo que elegiste conscientemente ¿o no?, eso y nada más. No hay medias tintas con la existencia, no hay forma de trucarla, cosechas lo que siembras. Qué brutal y verdadero, qué certero.
La historia humana que te cayó encima es la respuesta. Se dice que aquí te tocó vivir, algo así como: ya ni modo. Se me hace muy pesimista, muy pasivo. Todos tus antepasados tienen responsabilidad en lo que ahora te pasa, viejo, pero ellos ya no están aquí ahora para rendirte cuentas o una explicación, así que te decidiste por la fácil. Y yo aquí, sentado en el zaguán, mientras el Gran Viejo me acompaña. Y sin abrir unos milímetros la boca, me da una lección peripatética acerca de la vida.
¡Eureka! Descubrí tu encanto, una chispa de luz en tu mirada, a pesar de todo, a pesar de la sombra siniestra que te ha acompañado en tus caminos. Pude ver esa chispa un día que sonreíste levemente al pasar a mi lado. ¿La vi o es lo que quise ver? Quizá hasta a la contra de tu estado de ánimo, esa luz en el fondo me mostró encarnada eso que llaman esperanza.
Alfonso Franco Tiscareño
Para Vitral, del suplemento Barroco. Diario de Querétaro
1 noviembre 2017