viernes, 19 de junio de 2015

¿Entonces no fue casual mi encuentro con Goethe?


Entonces no fue casual, ¿qué es esa mano que parece tejer la vida humana? En donde, si te fijas, nada parece casual sino causal. A los 19 años estaba  viviendo una de las más grandes crisis de mi vida, puede parecer exagerado, pero así me parecía y por tanto era tremendamente real y objetiva. Estaba pasando mi propio Sturm und drang. Ya saben, mal de amores, engaños, infidelidades, mi primera experiencia de amor fuerte, los primeros asomos de la violencia de pareja, los celos, el desamor,  la manifestación de las constelaciones con las que cada quien ha sido criado. Y en medio de esa tormenta, de ese huracán brutal, aparece  lo que he denominado como mis tres G’s: Goethe, Gibrán y Giovanni Papini.

Lo que me asombra es cómo viene a ser precisamente uno de ellos Goethe, un hombre que también en su juventud fue tremendamente pasional, cómo es que Las cuitas del joven Werther, vienen a ser para mí un contraveneno para mis males, justamente con una historia de amor desgarradora  que lleva hasta el suicidio. Un poco del mismo veneno es lo que viene a ser mi salvación.  Luego reforzado, ya como dosis salutífera, con la fuerza del pensamiento manifestada en el Fausto. ¿Cómo es que viene a mí la salvación precisamente de la mano de estos libros,  y justamente cuando más lo estaba necesitando? La manera en cómo se tejen los acontecimientos es maravillosa en su callada circunstancia.

Mi mamá y yo íbamos cada semana a comprar el mandado, una veces aquí, otras veces allá. Un tiempo estuvimos yendo a un super llamado De Todo, que existía allá por 1973-74. A veces, ya estando tan cerca, nos íbamos al Liverpool de Félix Cuevas a mirar los aparadores, cómo se decía entonces. Y claro, mi amor por la lectura siempre me llevaba al departamento de libros. Una sección pequeña, pero con buenos textos. Ahí adquirí varios libros empastados, que mi mamá me compraba con un poco de esfuerzo y  mucho cariño. Entre los textos que compré por aquellas fechas estaba precisamente uno de Goethe, una especie de antología, compilada en un bello libro, forrado en rojo y con letras doradas. Ese fue mi primer encuentro con Goethe, ¿porqué lo elegí?, no lo recuerdo, quizá por ser un libro hermoso, quizá tenía por ahí tenía alguna vaga referencia respecto al autor.

Este texto me llevó a leer después los libros completos. Para empezar Las cuitas… y el Fausto. Y mira que vinieron a ser claves en mi vida. Goethe, el apasionado, el que corrió el riesgo de volverse loco de tanta dosis de romanticismo, vino a proporcionarme el contraveneno para solucionar mi propio caso. El joven Werther me enseñó que el amor puede ser dulce y amargo, y que mucho depende de cómo lo quiera ver uno, de cómo lo quiera vivir, cuando menos esa fue mi interpretación. Me hizo pensar si acaso valía la pena morir por un supuesto amor, si valía la pena sacrificarse por una ilusión que puede ser totalmente eso: una ilusión, una fantasía, una mentira, un sueño, y decidí que no, que no seguiría un camino así, que lo vivido sería simplemente una página más del libro de mi vida, una página para aprender lecciones.

Y con su Fausto, Goethe me vino a proporcionar frases poderosísimas para integrarlas a mi vida, como aquella de: Oh, momento detente, eres tan bello. Estas líneas vinieron a trastocar y a reforzar, a la vez, puntos de vista míos. ¿Nací con ellos? ¿los adquirí? ¿las dos cosas? De ahí en adelante afiné mi vista, mi percepción, mi manera de ver todo. Me aportó calma, atención, me di cuenta además de la grandeza que cada momento tiene, de la sublimidad de lo sencillo. De que lo verdaderamente grande radica en lo más simple, porque lo que Fausto alabó, y sorprendió, sacudió, fue la belleza de unos campesinos trabajando, así de cotidiano y maravilloso. El trabajo como fuente suprema de placer y desarrollo humano, de unión intrínseca con la vida…y mis males de amor quedaron atrás. Pude haberme torcido y pasar a maldecir a las mujeres, odiarlas, precipitarme a la venganza vil, pero las enseñanzas de mis maestros me llevaron por otros caminos, benditos sean. Fueron mis guías y mis tutores, me aconsejaron con paciencia desde las enormes posibilidades de las hojas impresas de un libro, al poder reencontrarlos, releerlos, subrayarlos, detenerme a reflexionarlos, meditarlos, alimentarme.

Esta es una de las pequeñas y enormes historias que he vivido tomado del brazo de Johann Wolfgang von Goethe.

4 octubre 2014




Me asomé a tu muro en el feisbuk

A veces me asomo a ver tu muro, no sin cierta tristeza desde que me eliminaste de tus amigos. Soy un sentimental, pero creo en la amistad. Sé que no es fácil cultivarla, es más, sé que requiere esfuerzo de ambas partes, pero…qué más puedo hacer. Dice Carlos Fuentes que es en la diferencia en donde se fortalecen las amistades, pero las diferencias entre tú y yo, por la cuestión de las corridas de toros, terminó en la eliminación de mi perfil por parte tuya. Te expliqué que no era nada personal, que no era contra ti, te recordé aquellas grandes parrandas que corrimos juntos, las comilonas que nos dimos, las decenas de películas que disfrutamos en el cine, los conciertos a los que asistimos, pero todo fue inútil. Ni siquiera tuviste la gentileza, la etiqueta, de avisarme que me cortabas. Simplemente, de un día para otro, ya no aparecí entre tus amigos.

La amistad es un don, dicen por ahí que los hermanos te tocan, pero a los amigos se les elige. Estás en tu derecho. No pretendo nada. Sólo quiero manifestar que hoy sentí nostalgia por tus pasos, y, como no me tienes bloqueado y tenemos amigos en común, pude asomarme a tus estados. Y vi que eras el mismo, el amor por la fotografía, el arte culinario, tus ideas izquierdozas. Y vi en las fotos a todos nuestros cuates, cada uno con su mundo, con sus cosas, con su cotidianeidad. Casi como un perro que pasa por una calle que antes anduvo, pero que ahora habitan otros canes, me deslicé por tu muro. Yo ya no habito ahí. Y sentí la tristeza de quien pierde algo valioso. No te preocupes, siempre he sido así. Recuerdo que en la secundaria, cuando me llegaba a enojar con alguien, me sentía mal por semanas. Y encontrarlo de frente y no hablarnos, era para mí un verdadero infierno lamentable. Qué quieres, me encariño con la gente.

Claro, habría que escuchar tu versión de los hechos. Es lo más justo, lo más parejo. Pero no hubo ni chance de eso. Simplemente a la de sin susto, mi perfil ya no estaba entre el de tus amigos. Cierto, en una plática por el feis unos días antes, el ambiente se había tensado hasta lo absurdo. Tú con tus ideas de que los toros nacieron para las corridas; yo con las mías, de que los toros deben vivir en libertad y tranquilos. Bueno, pasaba por tu muro nada más, no pretendo otra cosa. Podría dejarte un saludo por inbox, pero para qué me expongo a tu silencio cruel o incluso a una grosería. Me conformo por hoy con pasearme por donde antes andaba platicando y componiendo el mundo. Y me sentí bien, incluso alegre, aunque con un tanto de nostalgia. Que la vida te depare lo mejor.


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