lunes, 29 de enero de 2018

Chivis y Mary

Yo lo que he visto -dijo don Samuel-, es que el que la hace la paga. A través de mi vida he atestiguado que el que se pasa de listo paga de una u otra forma. Aquí en la Tierra está el infierno y el cielo, y aunque a veces parezca que algunos hijos de su pelona, gente malvada, pueden hacer lo que quieran y nadie les hace nada, al tiempo, aunque parezca muy lejos, pagan el pato que se hayan tragado.
Doña Mary lo escuchaba con cierta decepción, no es que le aburriera, sino que no le creía mucho, porque lo que ella vivía en su vida concreta era que su cuñada nomás se la pasaba jodiendo, y nadie parecía poder ponerle freno.
Todo empezó  desde que falleció el esposo de doña Mary, don Luis. Ellos tenían una tienda de abarrotes en un local ubicado en un terreno que había quedado intestado y que ahora los hermanos de don Luis se peleaban por su propiedad y por los límites. No era un terreno muy grande, apenas 500 metros que habían sido divididos de manera muy extraña.
Don Samuel hizo una observación corrosiva: Tanto pleito por un terreno ubicado en un lugar polvoso y semidesértico, ni que estuviera tan chulo.
Tenía razón el don, pero la casa es la casa, dónde estaríamos todos arrimados, en algún cuartucho y pagando mes tras mes rentas que caen mas rápido que la cuchilla de una guillotina. Y luego, pal mugrero de casas que construyen, sin una idea clara, no se les ocurre nada más que encimar cuartos en construcciones tipo chorizo, alargadas y pa’rriba. Y aluego,  cómo suben las personas y los muebles, pues quién sabe, a ver cómo le hacen. Esas casas son un espejo de sus mentes en muchos sentidos, sin idea, sin plan, a como salga, sin visión a futuro, sin una idea de funcionalidad y comodidad.
Con la enfermedad de don Luis y su posterior muerte, la tienda de abarrotes fue valiendo gorro hasta que desapareció. Al final ya no tenían nada, ya no surtían más que chucherías, veneno para los niños. Un pequeño refrigerador que habían adquirido con muchos trabajos, al final, siempre estaba prácticamente vacío. Qué triste se veía aquello.
-Pero ahí están de perros-, decía  don Samuel- y la cuñada es un auténtico chacal.
Su sobrenombre era “Chivis”, apelativo cariñoso que hacía un auténtico contraste con su personalidad despiadada, agresiva. Por cualquier cosita se le echaba encima a cualquiera, por supuesto a doña Mary. Y de inmediato le comenzaba a tirar de habladas, que si ella ya no tenía por qué vivir en el terreno, que si Luis ya había muerto y ellos ya no tenían nada que hacer ahí, que ya no era su casa.
Esa era una cuestión un tanto rara. Chivis tampoco era dueña de la propiedad, ni siquiera de su espacio. Ella estaba casada con el hermano de Luis, Chencho, quien en todo caso era el dueño de su parte. Chencho y Chivis se ponían salvajes escupiendo habladas, groserías, amenazas sobre doña Mary y su familia. Que sí Mary ya casi cincuentona quería andar de piruja, que ya le andaba, que era una tal por cual, que nunca quiso a Luis, que no lo atendió bien durante su enfermedad, que todo lo hacía de mala gana, y así, un rosario de acusaciones.
El resto de la familia, y hasta los vecinos, habían atestiguado que Mary se había dedicado. Ahí estaba para arriba y para abajo llevado a Luis al doctor, a hospitales, a curanderos, a brujos, a lo que fuera, con tal de buscar la recuperación de su esposo. ¿De qué estaba enfermo?… nadie lo sabía exactamente, sólo como que comenzó a secarse, se le hizo cuerpo y cara de pájaro seco. Había sido tomador, pero no podía considerársele un alcohólico, tenía un genio de los diablos y gritaba y despotricaba, pero nunca agredía físicamente a su familia.
Mary quedaba muy agotada, sobre todo emocionalmente, de tanto trajín, pero eso no quería decir que no quisiera ayudar a su marido, que no quisiera que se curara. Todo lo contrario, cómo no iba querer  que  el amor de su vida, su compañero de juegos desde chavitos, su único amor, se aliviara. Se habían querido y gozado a su manera desde muy chamacos, sin grandes pretensiones más que la de estar juntos. Cuando se arrejuntaron, los suegros les dieron un cacho de terreno para que hicieran su casita. Incluso les ayudaron con mano de obra y materiales para construir su chorizo de casa. Fea, pero con mucha ilusión. Luego vinieron los hijos y hasta los nietos, y todos vivían ahí, juntos como muéganos. Todos saltando de un trabajo a otro. Vendedores, cobradores, choferes, talacheros, tapiceros, a donde hubiera trabajo le entraban. No es que fueran muy chambeadores, pero había que sacar para los refrescos, las papitas y los chicharrones.
Ahora Mary parecía padecer el mismo mal que se llevó a su esposo. Flaca, flaca, como si se la estuvieran chupando. Algunas amigas le habían dicho que se trataba de una brujería, que le estaban haciendo un mal. Las sospechas aumentaban cuando encontraban huevos aventados contra su puerta, tierra como lodo en las ventanas que daban a la calle, y hasta una gallina muerta y desplumada hallaron un día. Y todos se espantan, se daban valor, pero a la vez les daba miedo. Y claro, la primera sospechosa era la Chivis, que pasaba frente a la casa siempre echando pestes y pelando chicos ojotes, que hasta se le botaban como canicas. Era pura lengua viperina y odio.
Esa Chivis, quién sabe por qué le tenía tanto coraje a la familia de Mary. Quizá porque ya era un espantajo de mujer, con los pelos pintados de güero, tan prieta ella, y ese aliento como de caño fresco. Siempre embarazada, ya iba para el octavo hijo. Se casó con Chencho y también les tocó su pedazo de terreno y también levantaron un chorizo sin ventanas y en donde para ir a un cuarto tenían que pasar por todos los demás. Toda esa gente amontonada en tres cuartitos. Chencho era chalán de un maestro albañil, era un tipo rudo, duro, simplón, con delirios de grandeza, que en las briagas de los albañiles siempre se las daba de jefe, de líder, de el más sácale punta.
¿Qué van a hacer Mary, sus hijos y sus nietos? ¿A dónde  se van a ir, quién los va aceptar, con qué pagarían una casa, cómo sacarían para la renta, cómo iban a perder su propiedad, por qué razón? Los insomnios le pegaban duro a doña Mary. Sus hijos le decían: no les hagas caso, no los peles. Pero ella no podía dejar de preocuparse. ¿No habría alguna forma de que aquello terminara, de que esa mujer, la Chivis, cambiara su actitud, por qué Dios no escuchaba sus súplicas?
En sus noches de insomnio, Mary soñaba que andaba con un tipo, no era don Luis, quién sabe quién era, su rostro no le era conocido. Andaban en el campo, en la ciudad, camine y camine, sin rumbo ni dirección. El tipo no la tocaba ni le hablaba ni la  acariciaba, sólo andaba con ella, siempre por delante, ella siguiéndolo. Cuando mucho la arrastraba de la mano. Mary no se explicaba por qué tenía esos sueños, y no se los contaba absolutamente a nadie, y menos como estaba la situación. No fuera a ser que lo agarraran de pretexto para todas sus inquinas.  En sus sueños ella se miraba bien, su cuerpo no estaba ni flaco ni seco, tenía buenas formas de mujer, las que tuvo cuando joven, pero esos sólo eran sueños, quimeras. Cuando el despertador sonaba al amanecer,  la triste realidad la invadía otra vez. ¿Por qué no podía ver con claridad, existiría alguna salida?

miércoles, 17 de enero de 2018

Las lagrimas de Eros

Las lágrimas de Eros
Este libro  puede decirse que nació el 24 de julio de 1959, fecha en que Georges Bataille le puso nombre. Se trata de una especie de conclusión de los temas que fueron importantes en su obra. En Las lágrimas de Eros, Bataille hace válido el viejo adagio al que fue fiel Paul Valéry: una imagen vale más que mil palabras. El poder de una imagen rebasa con mucho todos los esfuerzos de un escritor por describir algún suceso. Bataille retoma, como asunto personal, el enorme dilema al que están sometidos todos los humanos: el erotismo, como fuente vital, y la muerte, como un final sin posibilidad de evasión. Diversos autores a lo largo de los siglos han cavilado de muchas formas abordando estos temas inherentes a la cultura, a la historia. No hay salida, sólo la posibilidad de la descripción, de la narración, del mito, de la anécdota, y en éstas encuentra el artista, el ensayista, un poco de consuelo o de satisfacción.
El sentimiento y la conciencia de la muerte marca todos nuestro pasos. La alegría del amor y del erotismo como un esperanza, una realidad, que aunque pasajera, llena con plenitud el vacío del final. El que ama, el que está envuelto en la satisfacción voluptuosa del placer, puede decir que ha vivido, que ha valido la pena a pesar de lo que venga, que probó el infinito.
Si la reflexión acerca de la relación entre erotismo y muerte nos lleva un conocimiento mayor de uno mismo, el anhelo de Bataille se verá colmado. Si la lectura de este libro nos lleva a vivir una vida más plena y consciente sabiendo que ésta tendrá un final, habrá valido la pena la existencia de este ensayo. Si su lectura nos lleva a un disfrute mayor del amor en todas sus dimensiones, pero especialmente en lo relativo a lo sexual y a lo erótico,  habrá iluminado las zonas de desesperanza que, unos más,  otros menos, padecen en sus vidas cotidianas.
Esto abre la posibilidad de vislumbrar y de vivir una vida más plena, fecunda, consciente. Actualmente, es común encontrar en las redes sociales llamados desesperados de quienes buscan amor, de quienes no han sido tocados ni  por la vara de Eros ni por las flechas de Cupido. Y así,  exhiben sus cuerpos, más mujeres que hombres,  en una especie de catálogo virtual, para que los vean, para ver si alguien pica el anzuelo, si alguien se interesa. Es legítimo, pero también triste. ¿Es acaso suerte, destino, karma?  No hay recetas ni todo está sometido a los cánones ofíciales del reino de la belleza. Hay mujeres poco agraciadas casadas con hombres guapos, y hombres feos casados con mujeres hermosas.  Y más allá de lo establecido es verdad que si a ti  te parece bella esa mujer o guapo ese hombre, es porque simplemente así es,  y podrán disfrutarse a plenitud. El mito de la Bella y la Bestia ha dado cuenta de ello. Y acaso también Frankenstein, aunque ahí sólo se trata de amistad, y no de amor erótico.
Quien prueba el amor de forma erótica, ha probado un trozo de la eternidad, ha retado al tiempo y al espacio. Lleva consigo mismo un pedazo de vida, del universo. La vida plena le puede ayudar a entender la muerte, e incluso, de alguna manera, a superarla. El amor a sí mismo es vasto, vital, pero el amor al otro es la plenitud. Tocarse, desearse, mirarse, besarse, cubrirse, penetrarse, puede representar la revelación total acerca de qué es la vida humana. Es la gran oportunidad: el ejercicio de la acción poética, espiritualizar al cosmos.
Seres conscientes, que abren la gran oportunidad de cara al universo. El infierno o el cielo están en sus manos, la muerte y el terror, o el amor y la creatividad. Cada quien decide. Eros y/o Tánatos. Y entre ellos, claro, la contradicción. Nada es totalmente blanco o negro, existe en medio toda una gama de valores. Señala Bataille en el Prefacio “Pero por encima de la precisión histórica, nunca olvidamos este principio: una de dos, o lo que nos obsesiona es, en principio, lo que el deseo y la ardiente pasión nos sugieren; o tenemos la razonable preocupación de un futuro mejor. Parece ser que existe un termino medio”. (p. 35) Pero en seguida agrega que el primer paso conseguido con este libro es: “¡Llevarnos a olvidar las nimiedades de la razón!”
Dicha gama de valores está plasmada en el arte, como lo señala Bataille, a lo largo de toda la historia de la creación humana. De ahí que una imagen hable más que mil palabras. Señala Román Gubern en su libro Del bisonte a la realidad virtual que “…la imagen es un producto social e histórico…” y que “La pulsión icónica surge de la necesidad de otorgar sentido a lo informe, de dotar de orden al desorden…”.
El libro viene profusamente ilustrado con imágenes de obras que van desde la prehistoria, hasta el arte contemporáneo. La iconografía la trabajó  Bataille  con J.M. Lo Duca, y muestra  lo que intenta todo el arte que ha abordado el tema del erotismo y la muerte: dejar al menos una estela de terror, poesía o amor a su paso por el mundo. Decidimos y creamos, en principio, para la propia satisfacción, para saber que se intentó ser un testigo crítico. Y en seguida, para dejar  un legado para los demás, una herencia, un ejemplo, un fortalecimiento, un camino para la familia, amigos, compañeros. Un viaje órfico al hades, capaz de iluminar con cánticos sublimes la más profunda oscuridad.
El abanico de posibilidades de la vida contiene de todo, dolor, alegría,  sufrimiento, placer, éxtasis,  martirio, vida, muerte. Cada uno en su lugar y muchas veces entremezclados. La aceptación y el desapego son la clave de toda vivencia. Hablarlo es fácil, pero requiere de un trabajo continuo,  consciente y muchas veces doloroso. Para Bataille el dolor es el intermediario entre la vida y la muerte.
Esta búsqueda del amor y del sexo como puertas a la inmortalidad del presente,  están desde el principio de la historia humana como tal. Mínimo desde la época del Hombre de  Neanderthal, en el Paleolítico superior. Amor y sexo han evolucionado desde lo más elemental y brusco, hasta lo más fino y extático. El tao del sexo, y el tantra sexual, son dos ejemplos históricos de ese desarrollo. Orgasmo, risa, espiritualidad, alegría, son nuestras herramientas para enfrentar a Tánatos. Respecto a la risa y el orgasmo como formas de desarrollar la conciencia, ha señalado Guillermo Sheridan en su  artículo publicado en la revista Letras Libres (diciembre 2017), que leyendo el Cakrasamvara Tantra. The discourse of Sri Heruka que tradujo y editó el erudito David B. Gray, ahí encontró la relación tan cercana y vital que existe entre la risa y el orgasmo: “la emergencia de la risa-gnosis en un arrebato de dicha natural”.
Es por todas estas circunstancias  que el libro de Georges Bataille se titula Las lágrimas de Eros, porque en él aborda, a partir del arte de todos los tiempos, la pulsión de la muerte, como llanto,  y la pulsión de la vida, como Eros.
En muchas líneas de este texto asombroso se percibe una decepción que raya en el pesimismo. Hay que tener en cuenta que este libro fue escrito cuando Bataille pasaba por graves problemas de salud y tremendas depresiones, que sumadas al talante oscuro del autor le dan ese aire a veces un tanto siniestro. Sin embargo, el lector siempre aporta cuando lee, y quien quiera llevarse la luminosidad que subyace en el texto podrá sin duda lograrlo.
Ni sólo ardiente pasión turbadora, ni vida sin el recurso de la razón.  El orgasmo y la risa orgásmica, son el potencial que poseemos para enfrentar el vacío. Nos dan un espacio pequeño, pero enorme,  de comprensión de la vida. Hay quienes aseguran que del orgasmo surgió la meditación. Tal es su rango, la conciencia absoluta del presente, del aquí y del ahora, aunque partiendo de una pérdida momentánea de la noción del tiempo y el espacio. El big bang que cada orgasmo supone, la armonía entre lo carnal y lo espiritual, la superación de lo que se supone antitético.
Las lágrimas de Eros, Georges Bataille. Ed. Tusquets. 1ª ed. México 2013


Alfonso Franco Tiscareño
Para Vitral, en el suplemento Barroco. Diario de Querétaro
https://escritosdeaft.blogspot.com
11 enero 2018


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