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Es definitivo, estas reflexiones no deben llevar por ningún motivo a la chabacanería de pretender que entonces es legítimo robar libros si después se trae el título profesional que avale el ilícito, pero sin duda sí se pueden extraer preguntas e ideas sobre qué hacer ante los ladrones de libros, los farderos.
¿Cómo podría aprobar la acción de robar libros cuando he sido víctima de este acto? He invitado gente a casa y después he descubierto con tristeza y coraje que alguno de mis libros más amados había desaparecido. ¿Cómo podría aprobar este robo cuando detesto ese dicho de "es más tonto el que presta un libro que el que lo devuelve"? También está el argumento cínico y corruptor de "otros roban legalmente, los capitalistas roban, el librero te roba en el precio, si yo robo, soy menos delincuente". Existe hasta un "Breve manual para robar libros y no sentir remordimiento”, que incluye nociones "éticas" para desarrollar con fineza esta actividad.
Seguro que hay muchos robertos bolaño circulando por ahí; seguro que hay estudiantes que cumplirían la promesa de entregar el título si fueran apoyados fuertemente para que pudieran estudiar al más alto nivel; segurísimo que habría miles de lectores más si los precios de los libros fueran más accesibles. El impacto sobre la vida social sería notable. Así que tenemos dos vías: exhibir a los farderos en carteles a la entrada de las librerías, o apoyar a los que quieren leer y no pueden comprar muchos libros, menos los más costosos. Cierto que hay quienes roban por la pura maldad o por delirios enfermizos, pero estos son otro caso.
La primera opción habla de una sociedad enferma, que vigila y castiga sin piedad, fríamente; la segunda opción, opta por una política más integral, más civilizada, más humana, que no solapa el delito, pero busca también diseñar acciones solidarias para desalentarlo. Las cárceles están atascadas, hay muchos presos inocentes, y además, en México, revuelven a los que cometen delitos menores con criminales que han cometido delitos espeluznantes. Un ladrón de libros merece una rehabilitación por otras vías, que vayan más allá del aplastamiento social y moral del fardero, sin que deba padecer esta nueva forma de suplicio.
Todo esto es más que una simple anécdota acerca de un cartelito parapoliciaco pegado en la entrada de una librería. Es una crítica que cuestiona al poder que se gesta desde las acciones cotidianas. No hay nada que no sea relevante y que no esté construyendo a cada instante la forma en que vivimos. Volviendo a Foucault, podemos hablar de una microfísica del poder. El poder que se gesta desde los rincones menos pensados, pero también los factores desde los que podemos actuar para construir espacios diferentes. Si somos capaces de reconstruir las relaciones sociales a partir de los espacios pequeños en que nos relacionamos, entonces, esto tendrá una repercusión en las relaciones macro sociales. Si somos capaces de cuestionar y reconstruir esos pequeños espacios, estaremos reanimando el tejido social en que nos movemos. Si reconsideramos todos estos factores puede gestarse un nuevo mundo construido desde todas partes, desde cada lugar que habitemos.
Ese cartel, con los retratos de los farderos, debe desaparecer. En la evolución histórica de los métodos de castigo, la pena corporal ha evolucionado hasta la penalidad del alma, ésta actúa "en profundidad sobre el corazón, el pensamiento, la voluntad...", señala Foucault. Y ese es el papel social que juega ese cartel colocado donde está. Se trata, según nuestra hipótesis, de un abuso del poder sobre la persona, sobre el cuerpo, además de tratarse de casos que no han sido juzgados. Se les presenta como condenados y esto es también un acto ilegal. Se busca la justicia por propia mano y se comete una ilegalidad.
La administración de la librería dirá: "hay que exhibirlos, ese es su castigo", pero todo castigo y modelos punitivos, vienen de la ideología y producen ideología. Ese cuerpo fardérico, expuesto en una fotografía produce y reproduce al poder más allá de la consigna moral acerca del bien y del mal.
Bajo ningún principio es justificable el robo, pero igualmente, bajo ningún principio es justificable la explotación y la ignorancia ni el precio inalcanzable de los libros. El ignorante no tiene saber, y si no tiene saber no tiene poder. Sí, se castiga al fardero, pero se castiga también el derecho al saber, el acceso a los libros. Y se castiga también al que entra honestamente a buscar o comprar un libro a la librería.
Los libros que me interesan cuestan entre 7 y 12 días de salario mínimo. Y, o como o compro libros; o sostengo mis necesidades básicas o leo. ¿y acaso leer no es una necesidad básica? Métete a una librería, y si vas seguido te darás cuenta de que en los pasillos, entre los estantes, no hay obreros ni campesinos, no hay pobres. Es una manifestación del poder encarnado hirviendo en vivo en la realidad. ¿Quién lee? ¿quién puede leer? ¿para qué libros le alcanza?
Al aplastar a un fardero, se aplasta también al que quiere leer; al exhibir a un ladrón de libros, se exhibe también al jodido que cree que tiene derecho a la lectura de ediciones caras y de calidad. Éstas están destinadas a una élite que nunca será retratada para su exhibición a la entrada de una librería. De muchos de ellos habría que averiguar cómo adquirieron su capital, pero de eso mejor ni hablar. Generalmente, la riqueza viene de la explotación del trabajo de los demás, de la apropiación de la plusvalía. Pero el diseño de la sociedad capitalista hace parecer a estos "apropiadores" como grandes emprendedores. No saldrán retratados como ladrones. El fardero, en cambio, tendrá que poner la cara que pueda al momento de ser retratado para la fotografía de la ignominia, puede estar cabizbajo o fingir desprecio, pero su foto será colgada para su vergüenza y castigo. Y detrás de su cuerpo está el miedo producido por los efectos del panoptismo, de hecho estará en todos los que entren a la librería: "no te atrevas".
Cierto, en el fardero algo camina mal, su baja moral, sus miles de excusas para justificar lo inexcusable. Y en esa relación perversa se gesta también el poder establecido, que nace desde abajo, que se produce y se nutre a diario como una cabeza de hidra inacabable. ¿Hay soluciones? Sí. Una distribución más justa y equitativa de la riqueza; combatir la explotación sin medida de los trabajadores, pero esto va para largo. Una muy buena medida, sería montar un programa de creación de bibliotecas, pero eso cuesta mucho dinero. De dónde va salir. Toda biblioteca es valiosa por los muchos o pocos libros que posea, pero no toda biblioteca es poderosa ni todas las que hay están actualizadas. Conocemos bibliotecas de facultades y de universidades, verdaderamente enclenques. Cuando menos por ahora, las bibliotecas no son la solución. Además, entre los que trabajan, ¿quién tiene tiempo de ir a la biblioteca? Cada vez más, entre el trabajo y el transporte, transcurren las horas de los trabajadores, y el tiempo sobrante apenas es para reponerse. Y así, la maquinaria del sistema sigue avanzando y aplastando.
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