jueves, 28 de diciembre de 2017

Roberto Bolaño, el ladrón de libros I / III

I / III
¿Qué es una librería? Para mí es un lugar de paseo, de salud mental, de alegría.  Lo digo en serio, tiro por viaje me voy a mis librerías favoritas lleno de entusiasmo a buscar algo en específico, o para vivir esa emoción de ver qué encuentro, qué me coloca enfrente el azar, la coincidencia, el destino. Es uno de los placeres más reconfortantes, de los más sublimes. Pasear en medio de esos bosques de conocimiento y sabiduría, caminar entre los estantes llenos de árboles y jardines perfumados de ideas, de filosofía, de historias, de poesía, de relatos, de cuentos, de verdades, es una de las mejores experiencias.
Por eso mismo, que triste y lamentable se me hace una vivencia que acabo de tener en una de mis librerías amadas, cuyo nombre me reservaré. Tengo décadas de asistir a esta casa, pero ahora, quizá producto del tiempo y las circunstancias en que estamos viviendo, y seguramente debido a estar padeciendo mucho robo de libros, el negocio ha establecido una política de vigilancia que es comprensible, eficaz, dura, pero que está rayando en lo siniestro. Un montón de cámaras te observan, puedes ver sus ojos mecánicos como de peces muertos. Sabes que hay alguien detrás, del otro lado, cuidando, acechando tus movimientos. Tienen también muchos vigilantes a nivel de piso, todos intercomunicándose, cual si estuvieran en un operativo estratégico, clave tras clave, números secretos, y entre su jerigonza de pronto distingues alguna palabra humana, alguna pista reconocible, una de suéter rojo, una muchacha que camina ¿un 38? ¿54, 54? Y por si fuera poco, en la mera entrada de la sucursal a la que más asisto, colocaron un cartel, protegido por una lámina plástica, con los retratos de los farderos, ladrones de libros, a los que han atrapado in fraganti. Posan ahí, en una triste foto, algunos compungidos, otros cínicos, sosteniendo los libros que pretendían robarse. Un letrero señala, otra vez, brutalmente: "Farderos. Los siguientes individuos han sido sorprendidos robando en la librería". Y ahí están las caras y los cuerpos sombríos, delincuenciales, tristes, apagados unos, altivos otros, retadores, de todo hay.
"...inducir en el detenido un estado consciente y permanente de visibilidad
que garantiza el funcionamiento automático del poder"  
Michael Foucault.
 Pero, me pregunto, ¿esa es la forma de recibir a un cliente de hace casi 40 años, que ilusionado, exaltado, viene a buscar, a comprar un libro? ¿o es que para la gerencia todo el que entra es un posible ratero, un presunto culpable? ¿por unos pagan todos? Quizá a otros "clientes" no les interese este detalle, pero a mí me molesta enormemente. Creo que bastaría con un letrero a la entrada, o en diferentes lugares clave del establecimiento, con un texto fino, respetuoso, a la altura de lo que es una librería, que corresponda a su esencia. Quizá podría decir más o menos, como en otros lugares he visto: "Este lugar está vigilado con los mecanismos más modernos, para su seguridad". Pueden decir que es un eufemismo, pero en todo caso es uno que no ofende, que no atraviesa la dignidad del buscador. Creo que un texto así sería suficientemente disuasivo y convincente. También podría haber imágenes con una figura que parece esconderse un libro acompañado de la clásica señal de  no; que sumado a la presencia de los vigilantes y las cámaras de seguridad, sería suficiente.
¿Es necesario colocar ese horrible cartel con las fotografías de los farderos justo a la entrada? Creo que este acto de la administración o de la gerencia se inscribe también en otra política, y ésta obedece a la etapa delincuencial y criminal por la que México atraviesa. El terror magnifica, el miedo vence, el poder agandalla, se sublima, abusa.
Ese cartel con las fotos de los farderos funciona como una especie  de panóptico, como una variante que dice: "te estoy vigilando, te estoy mirando, no te atrevas", pero no sólo eso, sino que es el ejercicio del poder en pleno. Ojo, no justifico  para nada y por ningún motivo el robo de libros, de entrada dejo clara mi posición. Lo que cuestiono es si la política de la empresa es la correcta para una librería, y si, además, se trata de un ejercicio abusivo y significativo del poder, un desborde, un excedente para que aparte de todo sepas quién manda y quién puede hacerte pedazos, miserable ratero. No eres nada, eres una pulga, no mereces compasión ni respeto.
Me pregunto también si la administración de la librería no está transgrediendo la ley al exhibir a alguien que no ha sido juzgado ni condenado por un tribunal  ni declarado culpable. ¿Que no debe pasar primero el caso a manos de las autoridades? Quizá los administradores digan: "lo agarramos in fraganti, con las manos en la masa y debe ser exhibido", pero, ¿es violando la ley, como se cumple la ley?
Como lo señala Jeremy Bentham en su obra El panóptico, de 1780: "...la industria vigorizada...todo gracias a una simple idea arquitectónica" , en este caso gracias a un simple cartel a la entrada mostrando a los farderos capturados. Una especie de conciencia flotante que te avisa: "te podemos atrapar ladrón de libros, y te exhibiremos, será tu castigo, así que ni lo intentes". Una dosis de moral radical para todos los que entren alegremente. Siguiendo a Bentham, ¿así se fortalece la industria librera?
Del concepto de panóptico de Bentham ha devenido el de panoptismo, que como señala Gilles Deleuze, citando a Foucault: "La fórmula abstracta del panoptismo no es 'ver sin ser visto', sino 'imponer una conducta cualquiera a una multiplicidad humana cualquiera'" . Y eso es lo que pretende ese cartel: es un "invitación" vulgar, agresiva, ofensiva, grosera, para todo el que entre, y pretende imponerle una conducta por la vía más abusiva. Es panoptismo porque exponen las fotografías, las colocan a la entrada, en donde todo el que entre no sólo las vea, sino que sea "visto" también por esas fotos. Así ejerce su efecto panóptico: el que puede ver a todos en todo momento. Todos ven a los farderos, pero ellos no saben quién los ha visto.
Aunque algunos autores, como Byung-Chul Han (La sociedad de la transparencia), piensan que el modelo foucaultiano del panóptico está superado, creemos que no es así. Los modelos no desaparecen abruptamente, subsisten, aún cuando pudieran estar en proceso de extinción, mezclándose, traslapándose con los nuevos procesos, como en este caso. (Continuará)

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