Gracias, señor
sol, por tu inagotable calor. Al sentirte, el buen humor asoma a mis labios, y
siento la ternura penetrar por mi piel hasta mis huesos. Cuando me expongo a
ti, pienso más claro, vislumbro el origen, comprendo cosas que no puedo explicar.
Sentado en
una silla, te encaro y al contemplarte imagino los estallidos que
encienden tu ser. Eres una estrella que deja su huella en cada ser humano. Luz
en nuestros ojos, agua córnea, retina natural. Luz en el corazón, en algún lado
inencontrable, espacio para el alma y el espíritu. Eres soplo, energía, armonía
y explosión.
Las
distancias definen. Por eso las flores se te entregan extasiadas amantes. Tú
las premias con sus colores y su matiz a cada una. Ellas levantan sus pétalos-brazos,
sus sépalos-piernas, su cáliz-troncáceo, para captarte, sentirte y meditarte.
Encarnan tu belleza y tu poder, espejos de tu vida, extensiones de ti, como yo
mismo.
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